​Las desigualdades entre mujeres y hombres se derivan de construcciones culturales y sociales que atribuyen cualidades, características, roles y obligaciones a hombres y mujeres. Estas desigualdades tienen consecuencias distintas, según los ámbitos de desarrollo y participación que se analicen. 

La electricidad forma parte de nuestra vida diaria. Se necesita para muchas de nuestras actividades, incluyendo la preparación de alimentos y la manufactura; por lo tanto, el tipo y cantidad de energía que utilizamos depende de la actividad o trabajo que se realiza (Ro​jas y Siles, 2014, p.22).
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Según el Informe “Diagnóstico de Género en México” del Banco Mundial, uno de los factores que incide en la existencia de las brechas de género entre mujeres y hombres son las diferencias en el uso del tiempo. Las mujeres mexicanas ocupan de 9 a 12 horas más en labores de cuidado que los hombres y pasan de 17 a 26 horas, prácticamente un día más a la semana, en labores del hogar. Esta concentración en labores no remuneradas dificulta la inserción en el mercado laboral (Banco Mundial, 2019).

En este sentido, el acceso a la energía eléctrica tiene efectos diferenciados en mujeres y hombres, debido a la división sexual del trabajo, así como a los roles y estereotipos de género. En virtud de la manera diferenciada en la cual se utiliza la electricidad, este servicio público puede contribuir a eliminar o a ensanchar las brechas de género, en cuanto a las condiciones de salud, educación, bienestar y actividades productivas.

Asimismo, incorporar las voces de las mujeres en los proyectos de electrificación favorece que se cubran sus necesidades básicas y, además, el logro de sus intereses estratégicos. 

Como se advierte, las políticas y proyectos energéticos no pueden considerarse como neutrales al género, ya que tienen efectos diferenciados en mujeres y en hombres. Cuando no se incopora la perspectiva de género, se pueden reproducir situaciones de desigualdad y discriminación (PNUD, 2007).​​


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